martes, 29 de diciembre de 2009

Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, con amor del bueno

Siete siglos han trascurrido, y desde hace algún tiempo los investigadores, eruditos, especialistas medievalistas y demás en lo único que son capaces de ponerse de acuerdo (y podemos estar de acuerdo también) es en que el Libro de buen amor es un texto maravilloso y extraordinario.

De Juan Ruiz (¿1283?-¿1350?), aparte de que era arcipreste (o sea un sacerdote eminente que dirigía y administraba varias parroquias) en Hita (un lugar cerca de Guadalajara, en Castilla), lo que sabemos es básicamente lo que dice o no dice su texto.

El Libro de buen amor ciertamente está escrito de manera autobiográfica. Esto representa el primer punto candente, pues no es posible saber si en efecto es un relato compuesto en una cárcel a partir de experiencias propias, o en qué medida es autobiográfico, o si más bien es una ficción que involucra muy diversas fuentes.

Acaso la posibilidad de múltiples lecturas y la necesidad de conjeturar acerca de la intención y la identidad del autor sea justo lo que ubica a nuestro Arcipreste codo a codo con Boccaccio y Chaucer como los grandes poetas europeos del siglo catorce (un cabalístico A-B-C, por cierto).

Entiendo que el contexto es el del mandato de celibato obligatorio para los sacerdotes, supónese que en una era de moralina militante, como suele ocurrir cada cuando en las épocas de las humanas generaciones.

(Hasta entonces el celibato había sido voluntario, y la barraganía era una institución bastante aceptada; la barragana era la señora, o la joven, o la muchacha que atendía a un sacerdote y le daba de comer y lo que necesitara...)

Del Libro de buen amor se infiere que el autor estuvo en prisión por orden del arzobispo de Toledo, es muy probable que por protestar en contra de esa medida anti natura.

Aunque probablemente esto no sea tan literal. Hay autores que opinan, por ejemplo, que la estancia en prisión es una metáfora de la prisión de tener prohibido el contacto sexual.

(De igual modo, el texto hace a Juan Ruiz nativo de Alcalá, aunque hay disputa entre si se refiere a Alcalá de Henares, en Castilla, o a Alcalá la Real, en Jaén, o si tan solo puso ese nombre porque requería una rima aguda en a.)

En todo caso, las circunstancias generaron una colección de escritos de los que no se puede decir si son morales o sarcásticos, si es literatura didáctica o una crítica burlona, si es sacerdotal o popular, clerecía o juglaría o clerecía juglar o juglaría eclesiástica, pero casi siempre combina de manera magistral cierta risa con cierta amargura. Y siempre con un amable sentido del humor.

El hilo conductor son más de una docena de aventuras amorosas, fallidas, en las que el autor pretende ubicar y distinguir el buen amor, que sería el amor a Dios, del amor loco, que sería el amor sensual, del que no podemos escaparnos.

Y además, todo sazonado con oraciones, citas de autores clásicos, alegorías, fábulas y una gran cantidad de cosas que los que saben saben. Pero no importa, pues igual se deja leer bastante fácil, como verás.

Por otro lado, el Arcipreste de Hita recurre a la cuaderna vía en el Libro de buen amor, pero no es completamente estricto, y hay partes en las que utiliza otra métrica, como por ejemplo 16 sílabas.

Por lo demás, se trata sin duda de un autor con una cultura muy amplia, pero que al mismo tiempo, o por la misma razón, se dirige directamente a su lector con ánimo de ser entendido. Y lo que es notable: supo describir aspectos humanos universales en un texto que aún sigue fascinando.

Finalmente: el último verso, que parece ser una paráfrasis de San Pablo, se refiere a que hay que conocer tanto lo bueno como lo malo para poder decidir uno mismo.
(¿Qué no es así todavía?)

(Breve glosario: omes: hombres, varones; aver: no es a ver, sino haber en el sentido de tener; fembra: ¿el femenino de fombre, hombre?, mujer; rebtar: ¿como rebatir?; fablar: hablar; compaña: compañía; senisa: ceniza, brasa; ca: porque; ove: tuve.)


[Gonzalo Vélez]



Aquí dise de cómo segund natura los omes e las otras animalias quieren aver compañía con las fembras
autor: Juan Ruíz, Arcipreste de Hita

Como dise Aristóteles, cosa es verdadera,
el mundo por dos cosas trabaja: la primera,
por aver mantenençia; la otra era
por aver juntamiento con fembra plasentera.

Si lo dixiese de mío, sería de culpar;
díselo grand filósofo, non só yo de rebtar;
de lo que dise el sabio non debemos dubdar,
que por obra se prueba el sabio e su fablar.

Que dis' verdat el sabio claramente se prueba
omes, aves, animalias, toda bestia de cueva
quieren, segund natura, compaña siempre nueva;
et quanto más el omen que a toda cosa se mueva.

Digo muy más del omen, que de toda criatura:
todos a tiempo çierto se juntan con natura,
el omen de mal seso todo tiempo sin mesura
cada que puede quiere faser esta locura.

El fuego siempre quiere estar en la senisa,
como quier' que más arde, quanto más se atisa,
el omen quando peca, bien ve que deslisa,
mas non se parte ende, ca natura lo entisa.

Et yo como soy omen como otro pecador,
ove de las mugeres a veses grand amor;
probar omen las cosas non es por ende peor,
e saber bien, e mal, e usar lo mejor.



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sábado, 12 de diciembre de 2009

Gonzalo de Berceo y el vaso de bon vino

Con decirte que Gonzalo de Berceo (1198-1267, nacido en La Rioja) es el primer autor de nuestra lengua, tendríamos motivo suficiente para recordarlo. Pero además es un autor con quien es fácil simpatizar si conseguimos sacudir el polvo de 800 años en los anales de nuestra literatura.

Y aunque parezca increíble, su poesía seduce, acaso antes que otra cosa por su frescura, a pesar de que solamente escribió sobre vidas de santos, milagros de la Virgen y temas afines.

Claro: era clérigo.

Y a partir de que era clérigo, su meticulosa manera de escribir (incluyendo su información y conocimientos amplios y abarcantes acerca del mundo y de la historia) pasó a ser designada mester de clerecía, en contraposición a mester de juglaría.

Juglaría era lo que hacían los juglares y trovadores: repetir con estilo historias anónimas y añejas transmitidas de voz en voz y aprendidas de memoria. Mester es la maestría en el oficio poético.

Entonces el mester de clerecía vendría a ser la poesía culta (o literatura, o arte), en contraposición a la juglaría, equivalente a la poesía (o literatura o arte) popular. Una constante de todas las épocas.

Quiero fer una prosa en román paladino,
en cual suele el pueblo fablar con so vezino;
ca non so tan letrado por fer otro latino.
Bien valdrá, como creo, un vaso de bon vino.


Llega don Gonzalo a recitar lo que ha escrito (¡lo ha escrito!: ¡eso es importantísimo!). Anuncia sus intenciones y sabe muy bien lo que quiere a cambio. Quitándole el polvo, como te digo, queda más o menos así (esto proviene de la Vida de Santo Domingo de Silos):

Quiero hacer una composición literaria en el lenguaje coloquial (o sea en román, o romance, o español medieval)
con el que la gente común habla con sus vecinos;
pues no soy tan culto como para escribir esto en latín.
[El que yo te cuente esta historia] bien valdrá, como creo, un vaso de buen vino.


Pues bien: esta forma se llama cuaderna vía, algo así como estilo de escritura basado en cuartetos. Pero estos cuartetos forzosamente son de versos alejandrinos (14 sílabas) divididos en dos septetos, y utilizando en todos la misma rima.

Y Gonzalo de Berceo es el primer autor de nuestra lengua, pues es el primero que con perfecta conciencia de causa manifiesta el afirmativo y autoral copyright de decir: “Yo escribí esto.”

Las más vigentes de las obras de Gonzalo de Berceo creo que siguen siendo los Milagros de Nuestra Señora, la Vida de Santo Domingo de Silos y la Vida de San Millán de la Cogolla.

[Ignoro si alguien se ha fijado (Gonzalo de Berceo por supuesto lo ignoraba) que doscientos años antes, en los monasterios precisamente de Santo Domingo de Silos [Burgos] y de San Millán fue donde encontramos las glosas que testimonian la existencia del español romance, que es prácticamente la lengua que hablamos en el siglo veintiuno.

Es decir: técnicamente, ¡ahí nació el español! Y el primer autor en español escribió justo sobre esos santos, lo que son las cosas…]

Y abusando un poco de la extensión de este artículo, y con espíritu de mediatizar los medievalismos de la mejor manera, me permito añadir algunos comentarios [numerando los cuaderna del (1) al (6)]:

(1) caecí: debe ser llegué a, aparecí en, me encontré en; como acaecer. logar: lugar. cobdiciaduero: codiciable, en un sentido antojable. omne: hombre, o persona.

(2) sobeio: yo creo que es soberbio; mientes: debe ser mentes, o sea el espíritu. Fíjate qué bonito se escribía yvierno.

(3) Avíe hy grand abondo: Había ahí gran abundancia; fíjate cómo hy parece en francés.

(4) Fíjate cómo antes de ser el olor, era la olor. temprados: me suena a temperados: condimentados, balanceados, templados, armónicos. Y ve cómo, habíendose ya refrescado, dice: “perdí los sudores” (es lindo, aunque pudiera parecer anuncio de desodorante).

(5) nunqua, o sea nunca, parece todavía latín. trobé, o sea encontré. sieglo, siglo, o sea el mundo. iaçer mas viçioso: yacer, o echarme, más a gusto (para lo cual antes se quitó la ropita).

(6) perder todos cuidados: despreocuparse completamente. odí sonos: oí sonidos. nunqua udieron omnes órganos mas temprados: nunca oyeron hombres..., o sea: nunca oyó nadie instrumentos más armónicos, más acordes; algo así.


[Gonzalo Vélez]



Milagros de Nuestra Señora [fragmento]
autor: Gonzalo de Berceo

Yo maestro Gonzalvo de Berceo nomnado
Iendo en romería, caecí en un prado
Verde e bien sençido, de flores bien poblado,
Logar cobdiçiaduero pora omne cansado.

Daban olor sobeio las flores bien olientes,
Refrescaban en omne las caras e las mientes,
Manaban cada canto fuentes claras corrientes,
En verano bien frías, y en yvierno calientes.

Avíe hy grand abondo de buenas arboledas,
Milgranos e figueras, peros e manzanedas,
E muchas otras fructas de diversas monedas;
Mas non avíe ningunas podridas nin açedas.

La verdura del prado, la olor de las flores,
Las sombras de los árbores de temprados sabores
Refrescáronme todo, e perdí los sudores:
Podríe vevir el omne con aquellos olores.

Nunqua trobé en sieglo logar tan deleitoso,
Nin sombra tan temprada, nin olor tan sabroso,
Descargué mi ropiella por iaçer más viçioso,
Poséme á la sombra de un árbol fermoso.

Yaçiendo á la sombra perdí todos cuidados,
Odí sonos de aves dulçces e modulados:
Nunqua udieron omnes organos más temprados,
Nin que formar pudiessen sones más acordados.

(…)



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sábado, 12 de septiembre de 2009

Eduardo Carranza y el piedracielismo

En vida de un artista, su obra está ligada, en mayor o menor grado pero siempre, a su persona y a su imagen. Y esto suele plantear un escollo para la valoración contemporánea de sus, digamos, productos estéticos.

Ocurre que un artista carismático y mediático puede elevar el valor estético de su obra por ser así, mientras que otro que sea o parezca indecente, o que acaso le preocupe poco el mercado de receptores de su trabajo, probablemente termine destruyendo su obra, por mucha estética que contenga.

Y entonces podemos preguntarnos válidamente si es posible aislar del todo a la obra, en este caso un poema, de la contaminación por presencia de su creador.

Entre más alejado está un autor del contexto cultural del receptor, y viceversa, ya sea por desconocimiento de las circunstancias de origen o por escasa celebridad del escritor o por lo que sea, quizás el poema puede ser mejor valorado según el criterio de el poema por el poema mismo.

Y como corolario: quizás entre más cerca estén los lectores de la vida pública (y privada) del poeta, más se verá afectada la recepción de la obra por la proximidad de sus trapos al sol.

El poeta colombiano Eduardo Carranza (1913-1985) puede servirnos de ejemplo para la cuestión, y acaso te convenga leer primero el poema y luego enterarte de los pormenores del poeta.

Este “Galope súbito” parece aludir a un rapto amoroso, ya sea idílico o hecho realidad; la enumeración de imágenes quiere acercarse a describir esas sensaciones innombrables del amor, y de ahí el poema va aumentando su lirismo hasta concluir en una contemplación de la vida.

A Eduardo Carranza se le valora sobre todo por haber roto con el afrancesamiento de la poesía de su época, privilegiando un afán de renovación del lenguaje en nuestra lengua.

En los años treinta se agrupó con media docena de colegas jóvenes para publicar una antología que le roba el título a un libro de Juan Ramón Jiménez, Piedra y cielo, y que en su momento representó a cierta pujante poesía joven colombiana.

Por otro lado, Eduardo Carranza enseñó literatura en colegios y universidades y fue editor de revistas y suplementos de cultura. Llegó a ser director de la Biblioteca Nacional de Colombia. Fue agregado cultural en Chile, y más tarde en Madrid, ante el gobierno de Francisco Franco.

Hacia el final de su vida fungió como embajador cultural itinerante de su país en el mundo. Además tradujo a Apollinaire, Éluard y Verlain, entre otros poetas franceses.

En su país, sin embargo, no faltan voces críticas que le reprochan el haber representado a gobiernos autoritarios, represores y sangrientos, y se le asocia sin cortapisas con el franquismo y el fascismo (cfr. Harold Alvarado Tenorio).

El piedracielismo habría sido, así, una propuesta de jóvenes de derechas que uno de ellos, hijo de terratenientes, financió para sus amigos, incluyendo a Eduardo Carranza. Y su poesía (la de Carranza) resultaría (entonces) amanerada, calcada de cierta poesía purista española del 27, frívola, a veces sentimentaloide.

Al mismo tiempo, la formación católica de Carranza le haría tender a un erotismo mojigato en el que la cara carnal, corporal, física del amor estaría velada con analogías etéreas.

Es claro que, como dicen, una golondrina no hace primavera, y del mismo modo un poema suelto no ilumina polémicas (ni poéticas). Pero, ¿qué dirías tú al respecto?


[Gonzalo Vélez]



Galope súbito
autor: Eduardo Carranza

A veces cruza mi pecho dormido
una alada magnolia gimiendo,
con su aroma lascivo, una campana
tocando a fuego, a besos,
una soga llanera
que enlaza una cintura,
una roja invasión de hormigas blancas,
una venada oteando el paraíso
jadeante, alzado el cuello
hacia el éxtasis,
una falda de cámbulos,
un barco que da tumbos
por ebrio mar de noche y de cabellos
un suspiro, un pañuelo que delira
bordado con diez letras
y el laurel de la sangre,
un desbocado vendaval, un cielo
que ruge como un tigre,
el puñal de la estrella fugaz
que sólo dos desde un balcón han visto,
un sorbo delirante de vino besador,
una piedra de otro planeta silbando
como la leña verde cuando arde,
un penetrante río que busca locamente
su desenlace o desembocadura
donde nada la Bella Nadadora,
un raudal de manzana y roja miel,
el arañazo de la ortiga más dulce,
la sombra azul que baila en el mar de Ceilán,
tejiendo su delirio,
un clarín victorioso levantado hacia el alba,
la doble alondra del color del maíz
volando sobre un celeste infierno
y veo, dormido, un precipicio súbito
y volar o morir...

A veces cruza mi pecho dormido
una persona o viento,
un enjambre o relámpago,
un súbito galope:
es el amor que pasa en la grupa de un potro
y se hunde en el tiempo hacia el mar y la muerte.





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lunes, 31 de agosto de 2009

César Dávila Andrade y la mirada al pasado

Junto a la poesía europeizante o universalista escrita en español en América, corre también una corriente paralela que mira hacia el interior, que reflexiona y se cuestiona sobre el ser de los países surgidos de España en el Nuevo Mundo.

Al lado de “Alturas de Macchu Picchu”, de Pablo Neruda, que tal vez sea el poema referencial en este sentido, existe otra obra crucial, mucho menos conocida, de un poeta mucho menos conocido también: el ecuatoriano César Dávila Andrade (1919-1967).

Intensa, esmerada, dolorosa, podemos especular que haya sido la vida de este poeta y cuentista nacido en Cuenca, uno de los escritores más destacados de Ecuador, pues más allá de sus circunstancias biográficas, ésos son en general los tonos de su poesía.

Fue autodidacta, aunque no por gusto. Desde los quince años tuvo que trabajar para vivir y costearse sus estudios, de modo que ejerció mil oficios y estudió de manera intermitente hasta que la veta académica se agotó y él había acumulado una vasta cultura.

Tuvo César Dávila un par de parientes que ejercían con cierta seriedad la escritura y que influyeron en él. No obstante, el talento le era propio.

Esto puede advertirse desde el primer poema que publicó, como a los quince años de edad, en un periódico, titulado: “La vida es vapor” [por ejemplo: “(…)El universo se ha vuelto loco... En el bosque/ de los insomnios, soy una hélice desorientada… (…)”].

El dolor íntimo, la imposibilidad del triunfo, son algunos de sus motivos recurrentes, influido tal vez por la guerra contra Perú, en 1941, en la que Ecuador perdió una parte considerable de su territorio; o bien imbuido de una idealista ideología de izquierda latinoamericana, por lo general tan doliente.

En 1951 César Dávila Andrade emigró a Venezuela con su esposa, Isabel Córdova, donde residió el resto de su vida trabajando como periodista, donde escribió acaso lo mejor de su obra, y donde se suicidó, en un hotel de Caracas, en 1967.

Para entrar a “Boletín y elegía de las mitas”, habría que saber primero qué es eso. Las mitas fue una de las más crueles y más innobles instituciones de la dominación europea sobre las civilizaciones nativas americanas.

La mita consistía en que cada comunidad indígena de cada región de Ecuador tenía que contribuir cada tanto tiempo con una determinada cantidad de sus habitantes, los mitayos, para que fueran enviados a trabajar, en calidad de esclavos, a las minas. Lo cual equivalía a una simple adaptación, más mortífera, de los sacrificios humanos prehispánicos a las formas europeas.

La espectacular fuerza dramática de este poema, más bien extenso, se apoya en buena parte en el empleo de nombres de personas indígenas, de indigenismos y de arcaísmos del español, lo cual crea la atmósfera temporal y subraya las tensiones entre opresores y oprimidos.

Con todo y estos elementos, casi todo el poema es inteligible. Chanchos son cerdos; testes son testículos. Y en particular para este fragmento es importante, sobre todo, saber que guagua quiere decir niño pequeño; maqui es la mano. Y quebrar es quebrar.


[Gonzalo Vélez]



Boletín y elegía de las mitas (fragmento)
autor: César Dávila Andrade

Yo soy Juan Atampam, Blas Llaguarcos, Bernabé Ladña,
Andrés Chabla, Isidro Guamancela, Pablo Pumacuri,
Marcos Lema, Gaspar Tomayco, Sebastián Caxicondor.
Nací y agonicé en Chorlaví, Chamanal, Tanlagua,
Nieblí. Sí, mucho agonicé en Chisingue,
Naxiche, Guambayna, Poaló, Cotopilaló.
Sudor de Sangre tuve en Caxají, Quinchiriná,
en Cicalpa, Licto y Conrogal.
Padecí todo el Cristo de mi raza en Tixán, en Saucay,
en Molleturo, en Cojitambo, en Tovavela y Zhoray.
Añadí así, más blancura y dolor a la Cruz que trujeron mis verdugos.

A mí, tam. A José Vacancela tam.
A Lucas Chaca tam. A Roque Caxicondor tam.
En plaza de Pomasqui y en rueda de otros naturales
nos trasquilaron hasta el frío la cabeza.
Oh, Pachacámac, Señor del Universo,
nunca sentimos más helada tu sonrisa,
y al páramo subimos desnudos de cabeza,
a coronarnos, llorando, con tu Sol.

A Melchor Pumaluisa, hijo de Guápulo,
en medio patio de hacienda, con cuchillo de abrir chanchos,
cortáronle testes.
Y, pateándole, a caminar delante
de nuestros ojos llenos de lágrimas.
Echaba, a golpes, chorro de ristre de sangre.
Cayó de bruces en la flor de su cuerpo.
Oh, Pachacámac, Señor del Infinito,
Tú, que manchas el Sol entre los muertos.

Y vuestro Teniente y Justicia Mayor
José de Uribe: "Te ordeno". Y yo,
con los otros indios, llevábamosle a todo pedir,
de casa en casa, para sus paseos, en hamaca.
Mientras mujeres nuestras, con hijas, mitayas,
a barrer, a carmenar, a texer, a escardar;
a hilar, a lamer platos de barro ‑nuestra hechura‑.
Y a yacer con Viracochas,
nuestras flores de dos muslos,
para traer al mestizo y verdugo venidero.

Sin paga, sin maíz, sin runa‑mora,
ya sin hambre de puro no comer;
sólo calavera, llorando granizo viejo por mejillas,
llegué trayendo frutos de la yunga
a cuatro semanas de ayuno.
Recibiéronme: Mi hija partida en dos por Alférez Quintanilla,
mujer, de conviviente de él. Dos hijos muertos a látigo.
Oh, Pachacámac, y yo, a la Vida.
_______________________ Así morí.

Y de tanto dolor, a siete cielos,
por sesenta soles, Oh, Pachacámac,
mujer pariendo mi hijo, le torcí los brazos.
Ella, dulce ya de tanto aborto, dijo:
"Quiebra maqui de guagua; no quiero que sirva
que sirva de mitayo a Viracochas".
_______________________ Quebré.

(...)


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sábado, 22 de agosto de 2009

César Vallejo: en busca del referente perdido

Llegar a César Vallejo (1892-1938) es alcanzar un hito en nuestra lengua. Un antes y un después en lo que se refiere a la poesía.

Intriga que Vallejo haya llegado a ser Vallejo. Nació en Perú, pero no en Lima, sino en la región de La Libertad, en Santiago del Chuco. En cierto modo podríamos decir que su vida también tuvo un antes y un después, marcado tajantemente a partir de que comenzó a vivir en Europa.

Sin embargo, Los heraldos negros (1919), y sobre todo el “icónico” Trilce (1922) los escribió y publicó todavía en Perú.

Hay algo que acaso no sea exactamente mórbido, aunque sí por lo menos perturbador, en la historia de su biografía. Estudió Letras en Trujillo, y daba clases de literatura en escuelas. En eso tuvo eventualmente un romance tórrido con una mujer o niña o joven de quince años, el cual amor no pudo ser; y la situación fue sumamente tortuosa para él, que tenía veinticinco.

Vallejo viajó a Lima, pero en 1920, dos años después de la muerte de su madre, regresó a su poblado natal, Santiago del Chuco. Su llegada coincidió con el incendio intencionado de una gran hacienda: a Vallejo le achacaron la culpa y lo mantuvieron preso 112 días.

Durante este lapso escribió la mayoría de los poemas de Trilce, libro por demás hermético y fracturado, tanto como renovador de las construcciones admirables que se pueden lograr con nuestro idioma.

En cuanto pudo (1923), en fin, se marchó a Europa para nunca más volver. A partir de aquí lo podemos evocar con el gesto adusto de todos los retratos que le hizo Picasso y la expresión malhumorienta de las fotografías que existen de su persona.

A pesar de dificultades y estrecheces, su poesía lo condujo por favorable camino con amigos y colegas como Pablo Neruda y Tristán Tzara, o Juan Larrea y Vicente Huidobro.

Hacia los años treinta encontró César Vallejo en el marxismo radical una luz. Expulsado un tiempo de Francia, desde el Madrid de la República viajó algunas veces a Moscú, y se volvió bastante militante. De esta época son Poemas humanos y España, aparta de mí este cáliz (ambos publicados póstumamente en 1939).

Sin embargo, cuando pudo, volvió a París, donde se encontró como profesor de literatura. Sólo regresó a España en 1937, para participar en el Congreso Internacional de Escritores Antifascistas. En 1938 falleció en París de un padecimiento mal atendido, poco después de cumplir 46 años de edad.

Lo de renovar el lenguaje César Vallejo no es simple retórica.

Sobre todo Trilce (te recomiendo en especial la edición de Julio Ortega).

Poemas breves y enigmáticos, comenzando con el título. Herméticos: hay que abrir su significado. Referentes rotos: al leer, el lector sabe que lo escrito no está escrito en sentido literal; sin embargo, queda abierto bajo cierta ambigüedad a qué se está refiriendo en concreto, y el peso recae en cómo lo hace.

Por ejemplo, aquí, los volúmenes docentes del mar, o los labiados plateles de tungsteno.

Por otro lado:
“solana” es el lugar donde pega el sol; “febril” tiene fiebre; “sésamo”: semilla ínfima; “plateles”: suena entre platos y pasteles; “tungsteno”: metal raro; “quelonias”, o sea parientes de las tortugas.

Nos queda con César Vallejo la atmósfera, el enigma, los sonidos de las palabras, sensaciones imprevistas, imágenes puestas juntas de un modo como nunca antes se había hecho en nuestra lengua.
(Fíjate en este caso cuán vigente se escucha todavía.)

Y coincidiendo justo con la propuesta estética radical del dadaísmo y la eclosión de las vanguardias estéticas de los años veinte en Europa, al otro lado del Atlántico, y de América, en una pequeña prisión en La Libertad, el poeta mestizo expresaba de manera prístina el espíritu de la época en los sorprendentes versos de Trilce.


[Gonzalo Vélez]



Trilce LXIX
autor: César Vallejo

Qué nos buscas, oh mar, con tus volúmenes
docentes! Qué inconsolable, qué atroz
estás en la febril solana.

Con tus azadones saltas,
con tus hojas saltas,
hachando, hachando en loco sésamo,
mientras tornan llorando las olas, después
de descalcar los cuatro vientos
y todos los recuerdos, en labiados plateles
de tungsteno, contractos de colmillos
y estáticas eles quelonias.

Filosofía de alas negras que vibran
al medroso temblor de los hombros del día.

El mar, y una edición en pie,
en su única hoja el anverso
de cara al reverso.




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sábado, 15 de agosto de 2009

César Moro: interrogantes surrealistas

Cuando un creador desarrolla su obra en un continente distinto del de sus orígenes pone en un verdadero aprieto a las autoridades de la etiquetología, y al mismo tiempo genera un caudal de interrogantes sobre la clasificabilidad de la creatividad, algunas de ellas sin respuesta, otras con varias respuestas.

En nuestro caso, por ejemplo: ¿qué pasa cuando un poeta escribe su poesía en una lengua que no es la suya materna?, ¿dónde habrán de ubicar a ambos (poeta y poesía) los encasilladores profesionales?

La cuestión cuadra cabal para referirnos al poeta peruano César Moro (1903-1956). No era éste su nombre, sino Alfredo Quíspez Asín; alguien podría quizás advertir en la mudanza cierto primer indicio de negación. O no.

A César Moro le sucedió encontrarse en París en 1925 (tras concluir su educación en una escuela jesuita) y hacerse amigo cercano de André Breton en plena eclosión del surrealismo.

Participar en el núcleo de uno de los movimientos estéticos más importantes del siglo veinte no es poca cosa. Así como tampoco ser joven, vivir en la capital del arte y salir de juerga con Breton, Éluard y Picabia. Y el surrealismo surgió en francés.

Pero César Moro regresó a Lima. Llevaba el surrealismo a flor de piel (y esto pretende ser más que mera metáfora). Junto con Emilio Adolfo Westphalen organizó en 1935 la primera exposición surrealista de Latinoamérica (¿del continente americano?).

En este periodo apareció un poemario de alta intensidad y escasos ejemplares publicados: La tortuga ecuestre. Estos poemas, casi todos de apasionado erotismo y de velado amor homosexual, los escribió en español.

En 1938 César Moro emigró a México, donde permaneció diez años, los más prolíficos. Sin embargo escribió sus poemas en francés. ¿Nostalgia? (Europa estaba en guerra.) ¿Soledad, desamor? O bien, ¿simple impronta surrealista? ¿O la arriba negada negación?

Regresó a Lima, donde eventualmente fue maestro del novelista Mario Vargas Llosa. En 1955 César Moro publicó acaso su poemario más importante, Amour à mort. Un año después falleció víctima de leucemia. Su amigo André Coyné se hizo cargo de la recopilación y difusión de su obra.

Uno de los más destacados poetas surrealistas de nuestra lengua resulta que escribió la mayor parte de su obra en francés. Lo cual plantea una situación no sé si surreal, pero por lo menos sí contradictoria:

Descontando los poemas de La tortuga ecuestre y algunos otros dispersos, para conocer la poesía de César Moro en español requerimos de un traductor; pero todos sabemos que de la poesía no se hacen traducciones, sino versiones, que por lo general corren a cargo de otro poeta, y entonces ya deja de ser lo mismo.

O bien leerlos en francés. Aunque entonces nos salimos de la literatura en nuestra lengua. ¿O no? Quizás la solución radique en simplemente desetiquetarizarnos y tomarlo así tal cual (y en aprender todos la elegante lengua de Charles Baudelaire).

Poema surrealista si los hay en español, éste me parece que condensa lo que en un principio, entre ismos y vanguardias, se proponía como poesía surreal: imágenes surgidas de una pretendida asociación libre de ideas cuyas raíces estarían en el inconsciente; imágenes a veces inconexas, pero efectivas, no exentas de violencia; la sensación apabullante de las imágenes por encima de la semántica o de la evocación de un sentimiento.

Y entre “las verdes tinieblas en las húmedas noches de la bella estación”, como dijo Baudelaire, los pianos apolillados no dejan de remitirme a los pianos tirados por asnos de la película surrealista de Luis Buñuel Un perro andaluz, que, como verás cuando la veas, o si ya la has visto, comparten el mismo esprit.


[Gonzalo Vélez]



Visión de pianos apolillados cayendo en ruinas
autor: César Moro

Les tenêbres vertes dans les soirs humides de la belle saison
Baudelaire


El incesto representado por un señor de levita
Recibe las felicitaciones del viento caliente del incesto
Una rosa fatigada soporta un cadáver de pájaro
Pájaro de plomo donde tienes el cesto del canto
Y las provisiones para tu cría de serpientes de reloj
Cuando acabes de estar muerto serás una brújula borracha
Un cabestro sobre el lecho esperando un caballero moribundo
de las islas del Pacífico que navega en una tortuga musical
_____divina y cretina
Serás un mausoleo a las víctimas de la peste o un equilibrio
pasajero entre dos trenes que chocan
Mientras la plaza se llena de humo y de paja y llueve algodón
arroz agua cebollas y vestigios de alta arqueología
Una sartén dorada con un retrato de mi madre
Un banco de césped con tres estatuas de carbón
Ocho cuartillas de papel manuscritas en alemán
Algunos días de la semana en cartón con la nariz azul
Pelos de barba de diferentes presidentes de la república del Perú
clavándose como flechas de piedra en la calzada y produciendo
_____ un patriotismo violento en los enfermos de la vejiga
Serás un volcán minúsculo más bello que tres perros sedientos
haciéndose reverencias y recomendaciones sobre la manera
de hacer crecer el trigo en pianos fuera de uso



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viernes, 7 de agosto de 2009

Emilio Adolfo Westphalen, ínsula extraña

El reto de amoldar, o incorporar, o hacer compatible la poesía con el surrealismo, quizás radique en lograr una poesía primordialmente visual, supeditando en cierto modo el lenguaje a las imágenes.

Llegado al mundo acaso en el momento justo para surrealizar, Emilio Adolfo Westphalen (1911-2001), nacido en Lima, Perú, de formación alemana, nos legó una breve serie de perlas que pueden vincularse con esta manera de escribir poesía, o de conceptualizarla.

Por lo que dicen sus imágenes fue un poeta feliz. No sus imágenes poéticas, sino las imágenes de él mismo fotografiado. En cada retrato, de cualquier época, el maestro Westphalen aparece con una sonrisa. Aventuro que ello se debió a que supo darle a la literatura justo el peso que tal vez merece; o sea: ninguno.

Después de dos libros concentrados e intensos que publicó antes de cumplir veinticinco años –Las ínsulas extrañas (1933) y Abolición de la muerte (1935)–, se diría que a Westphalen dejó de interesarle difundir su obra.

Junto con César Moro publicó la única entrega de la revista surrealista El uso de la palabra, en 1939. Años después llegaría a dirigir dos revistas culturales importantes en Perú: Las Moradas (1947-1949) y Amaru (1967-1971). Pero de su propia creación literaria fue poco lo que dejó entrever durante décadas.

Buena parte de su vida la pasó en el extranjero. En Nueva York fue traductor en la O.N.U. (1949-1956), y luego lo fue en Roma, hasta 1963. De vuelta en el Perú enseñó Arte Prehispánico en la Universidad de San Marcos. Pero luego ingresó al servicio diplomático, prestando sus servicios en Lisboa y en la ciudad de México.

Caso peculiar el de Emilio Adolfo Westphalen: después de cumplir 60 años de edad empezó a obtener reconocimientos literarios (iniciando con el Premio Nacional de Literatura de su país en 1977), y de alguna manera comenzó a recuperar la inspiración poética.

Después de publicar en México Otra imagen deleznable (Poesía reunida) en 1980, los más prolíficos años de este longevo poeta peruano y del mundo fueron los últimos veinte de su vida, con más de media docena de poemarios dados a conocer.

Octavio Paz se refirió a él como “uno de los poetas más puramente poetas” de la poesía contemporánea en español, destacando que su obra “no se contaminó” ni de ideología, ni de moral, ni de teología.

Poluciones aparte, y surrealismos o no surrealismos, fíjate cómo este poema de Emilio Adolfo Westphalen remite a percepciones puras.

Al principio parece el habla de alguien que recién ha despertado pero su locuacidad todavía no del todo. Sin embargo, a los pocos versos el poema va tomando ritmo, como si hilvanara cada vez más rápido ideas asociadas libremente.

Pero analizándolo con más detalle, veremos que la noción de “asociación libre de ideas” (que daría pie a la obra surrealista), es en este poema simplemente el efecto. En realidad, bajo esta sensación de “libertad”, de cierta dispersión, existe una trama minuciosa.

La insuficiente ilación para un discurso convencional, así como la repetición de determinadas palabras en el lugar adecuado, le proporcionan al poema un aire un tanto hermético y misterioso. Pero lo que el autor persigue, creo, es que de la combinación y del juego de palabras surjan en el lector evocaciones directas. Como si se tratara más de una codificación simbólica que de un discurso gramatical.

Al no variar, pero sí repetirse, ciertas palabras adquieren énfasis. El poema, que es un poema de amor, habla de algo que no se puede nombrar: la vida, la proximidad, el cuerpo amado, la pasión, la fugacidad, la vida, la vida.

Y el lenguaje como vehículo imperfecto, pero efectivo.


[Gonzalo Vélez]




La mañana alza el río
autor: Emilio Adolfo Westphalen

La mañana alza el río la cabellera
después la niebla la noche
el cielo los ojos
me miran los ojos del cielo
despertar sin vértebras sin estructura
la piel está en su eternidad
se suaviza hasta perderse en la memoria
existía no existía
por el camino de los ojos por el camino del cielo
qué tierno el estío llora en su boca
llueve gozo beatitud
el mar acerca su amor
teme la rosa el pie la piel
el mar aleja su amor
el mar
cuántas barcas
las olas dicen amor
la niebla otra vez otra barca
los remos el amor no se mueve
sabe cerrar los ojos dormir el aire no los ojos
la ola alcanza los ojos
duermen junto al río la cabellera
sin peligro de naufragio en los ojos
calma tardanza el cielo
o los ojos
fuego fuego fuego fuego
en el cielo cielo fuego cielo
cómo rueda el silencio
por sobre el cielo el fuego el amor el silencio
qué suplicio baña la frente el silencio
detrás de la ausencia mirabas sin fuego
es ausencia noche
pero los ojos el fuego
caricia estás los ojos la boca
el fuego nace en los ojos
el amor nace en los ojos el cielo el fuego
el fuego el amor el silencio





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jueves, 30 de julio de 2009

Jorge Eduardo Eielson: el artista como orquesta

Hay espíritus que nacen al mundo con propensión a devorarlo, procesarlo, y devolvernos el menú de experiencias vitales bajo la forma de obras increíbles (obras de arte, se entiende) que nos impresionan por la intensidad con que penetran en nosotros sin que importen ni su soporte ni su lenguaje ni su vehículo.

Estos contados casos en cada siglo incluyeron sin duda en el veinte al peruano Jorge Eduardo Eielson (1924-2006), con su obra literaria y con su obra plástica.

Preguntar de dónde le viene la fuerza a Eielson sería introducirnos a un intríngulis especulativo que no conduce a ningún lado. ¿De la muerte de su padre siendo él niño? ¿De la educación encaminada al arte que su madre proporcionó a sus hijos como sin querer? ¿De lo que él llamaba “sus cuatro culturas”?

En la época en que se llevaba a cabo la conquista de la Luna, Jorge Eduardo Eielson fue quien hizo, hasta donde sé, la única propuesta netamente estética para las misiones Apolo: que los astronautas llevaran a la Luna una escultura, y que la montaran y la dejaran allá.

(Lo anterior es un indicio de los límites a los que su creatividad aspiraba.)

Como la Nasa no le hizo caso, antes de morir dispuso que a la primera oportunidad sus cenizas fueran llevadas a la Luna y dispersadas ahí, para un postrero performance post-mortem.

Y por ahí está la urna, esperando al próximo transbordador espacial que haga parada en el satélite que solía ser de queso.

De niño Jorge Eduardo Eielson tocaba el piano, recitaba poemas de autores que le atraían, pasaba horas dibujando. Luego en la escuela fue alumno del novelista José María Arguedas: a través de esta amistad nuestro poeta conoció de muy joven a los creadores artísticos de Lima.

A los 21 años obtuvo el Premio Nacional de Poesía, y un año después el de Teatro. Pero al mismo tiempo estaba preparando una serie de pintura, que expuso en 1948 en una galería: óleos, acuarelas, dibujos, objetos.

Ese año obtuvo una beca del gobierno francés para viajar a París. Ahí se relacionó activamente con el grupo de pintores abstraccionistas de la posguerra. Otra beca le permitió visitar Suiza, y de ahí, en 1951, pasó a Italia, donde encontró su hogar, su lugar vital. A partir de entonces, sólo eventualmente salió de Roma.

Entonces éstas eran sus cuatro raíces: sueca, pues su abuelo había emigrado de Escandinavia; “nazca”, por la herencia peruana de su madre; española, por la lengua y la cultura; e italiana, porque de ahí le gustó ser.

Entre performances, instalaciones con nudos y un par de novelas, además de su obra poética reunida en el libro Poesía escrita, la clave de esta proteica labor creativa la proporcionó el propio Eielson:

...tal vez mi aparente quehacer múltiple no es más que uno solo: la paciente obra de alguien que emplea diversos códigos lingüísticos (plásticos, sonoros, verbales) para urdir una especie de red, siempre más estrecha, a fin de aferrar la evanescente realidad última...

(Te remito al estupendo ensayo que el poeta Jorge Fernández Granados escribió a la muerte de Eielson.)

Una muestra de esta mezcla de preocupaciones cósmicas y lingüísticas de Jorge Eduardo Eielson la tenemos en este “Cuerpo dividido”.

Cuenta nada más cuántas dicotomías encuentras tú en tu persona: razón y pasión, albedrío e instinto, placer y dolor, compañía y soledad, eternidad y finitud, luz y sombra...

Casi siempre todo esto ocurre entremezclado y simultáneo dentro de nosotros, hagamos lo que hagamos, percatándonos o no. Pero casi siempre nuestra ilusión ilusa (valga) nos lleva a creer saber qué es lo que nos está ocurriendo por dentro a cada momento; como si en realidad nos fuera posible cabalmente nombrarlo, definirlo, apresarlo.

Y en realidad no. Simplemente sucede.
(¿Estás de acuerdo?)


[Gonzalo Vélez]



Cuerpo dividido
autor: Jorge Eduardo Eielson

Si la mitad de mi cuerpo sonríe
La otra mitad se llena de tristeza
Y misteriosas escamas de pescado
Suceden a mis cabellos. Sonrío y lloro
Sin saber si son mis brazos
O mis piernas las que lloran o sonríen
Sin saber si es mi cabeza
Mi corazón o mi glande
El que decide mi sonrisa
O mi tristeza. Azul como los peces
Me muevo en aguas turbias o brillantes
Sin preguntarme por qué
Simplemente sollozo
Mientras sonrío y sonrío
Mientras sollozo




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sábado, 25 de julio de 2009

Sebastián Salazar Bondy y el exilo espiritual

Un poeta que sea a la vez su propio editor suena plausible, sobre todo con tecnologías digitales a la mano; pero imagina una instancia previa a la tv en la que sólo había máquinas de escribir, y que ese poeta fuera prácticamente toda la crítica literaria, pero también él mismo prácticamente todos los lectores de su país.

No muy lejos de ese extremo hiperbólico se encuentra Sebastián Salazar Bondy (1924-1965), el poeta de Lima.

Refiere su compatriota Mario Vargas Llosa en el sentido ensayo que le dedicó como homenaje póstumo, que cuando Salazar Bondy fue velado, el sitio se llenó de flores y su ciudad entera lo lloró.

Muestra de la simpatía y la generosidad del poeta, pero sobre todo del asombro admirado de los limeños ante un artista que vivió a contracorriente, consagrándose a “imponer la literatura al Perú”.

Inquieto, insatisfecho, creador desbordado en un medio impermeable a la alta cultura, Sebastián se percibía como “triste poeta de la clase media”. Estudió Letras pero nunca se graduó, trabajó en la Biblioteca Nacional pero nunca quiso ser bibliotecólogo, su participación en política lo dejó frustrado.

Él quería ser escritor, pero no encontró cómo sobrevivir en su país a partir de su oficio. Buscando eso, buscándose, partió a Buenos Aires en un exilio voluntario, que le duró cinco años.

No le importó al principio vender navajas de afeitar en la calle para ganarse el pan. Porque al poco tiempo estaba publicando textos en el suplemento cultural del diario La Nación y había entrado a formar parte del grupo de colaboradores de la prestigiosa revista literaria Sur.

En 1952, Salazar Bondy se dejó coquetear por el teatro, y se incorporó eventualmente a una compañía como asesor literario. La seducción o el entusiasmo fue tal, que persiguió y obtuvo una beca para estudiar cursos de dirección de teatro. en el Conservatorio de Arte Dramático de París.

¿Qué le pasó a Sebastián Salazar Bondy?

Pudo haber permanecido en Francia, volverse él mismo peruano-francés, igual que los grandes poetas de su país Moro y Vallejo. Pudo haber regresado a Buenos Aires, ciudad por demás literaria, donde ya se había hecho de un espacio y de un nombre.

Pudo, en fin, haber explorado otros nuevos horizontes cuyas puertas su amplia cultura, su talento literario y su espíritu ferviente le hubieran abierto con facilidad en cualquier urbe del mundo.

Pero decidió regresar a Lima.

Regresó a volver a inventar el teatro en su país, a sembrar todas las facetas del arte dramático, que él cual hombre-orquesta encarnó: autor, editor de sus propias obras, columnista de teatro, profesor y director teatral.

Pero con similar ímpetu promovió las artes plásticas y la crítica literaria y la formación de gente de teatro y continuó escribiendo poesía, y de ese modo Sebastián Salazar Bondy se convirtió en una referencia indispensable de la vida cultural en el Perú de su época.

Su entusiasmo, empero, era tan intenso como su frustración ante una labor que a él ciertamente le parecía infructuosa. Tanto su tristeza como su sereno desencanto los plasmó en un ensayo medular para comprender su entorno: Lima la horrible.

Y con ese mismo furor falleció, ignoro de qué pero sorpresivamente, a los 40 años de edad.

Este poema (de Confidencia en alta voz, 1960) se refiere esencialmente, creo, a que el arte no tiene ningún sentido si no persigue vincularse con su raíz o su alma cultural. Recurre a versos blancos muy pulcros, y a una cadencia discursiva que acentúa el efecto confesional.

Y al mismo tiempo, luego de conocer los avatares de la biografía de Sebastián Salazar Bondy, se trata, al menos desde nuestra perspectiva, de un autorretrato estupendo, un tanto desolador, de su vida entregada y generosa.


[Gonzalo Vélez]



El poeta conoce la poesía
autor: Sebastián Salazar Bondy

Permítanme decir que la poesía
es una habitación a oscuras, y permítanme también
que confiese que dentro de ella nos sentimos muy solos,
nos palpamos el cuerpo y lo herimos,
nos quitamos el sombrero y somos estatuas,
nos arrojamos contra las paredes y no las hallamos,
pisamos en agua infinita y aspiramos el olor de la sangre
como si la flor de la vida exhalara en esa soledad
toda su plenitud sin fracasos.

Permítanme, al mismo tiempo, que pregunte
si un peruano, si un fugitivo de la memoria del hombre,
puede sentarse allí como un señor en su jardín,
tomar el té y dar los buenos días a la alegría.
Qué equivocados estamos, entonces, qué pálida
es la idea que tenemos de algo tan ardiente y doloroso.
Porque, para ser justos, es necesario que envolvamos nuestra ropa,
demos fuego a nuestras bibliotecas,
arrojemos al mar las máquinas felices que resuenan todo el día,
y vayamos al corazón de esa tumba
para sacar de ahí un polvo de siglos que está olvidado todavía.

No sé si esto será bueno, pero permítanme que diga
que de otro modo la poesía está resultando un poco tonta.




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viernes, 17 de julio de 2009

Blanca Varela, dama de blanco

Entre las voces más vigorosas de la poesía en español cabe sin duda la de Blanca Varela (1926-2009). La poeta peruana, que obtuvo reconocimientos importantes sobre todo en los últimos años de su vida (Premio Octavio Paz de Poesía y Ensayo 2001, Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2007), desarrolló una elaborada poesía enigmática, basada sobre todo en la fuerza de sus imágenes y en la manera de irlas tejiendo.

Tengo para mí que su poesía fue la nave que la condujo por la vida. Después de estudiar Literatura, a los 23 años viajó a Francia y se estableció en París. Ahí conoció a Octavio Paz, quien le abrió la puerta al mundo intelectual parisino.

Si bien la influencia del poeta mexicano acaso pueda ser palpable en el conjunto de su obra, tal vez algún lector de visión plástica pueda asociar también las atmósferas de sus poemas con las de los cuadros de su esposo, el pintor Fernando de Szyszlo, en esa peculiar convivencia de abstracción y figuración.

Luego de París, Blanca Varela vivió en Florencia y en Washington. Su primer libro, Ese puerto existe, lo publicó en 1959, a los 33 años. En 1962 regresó a Perú, y se estableció permanentemente en Lima.

En la poesía de Blanca Varela, las imágenes se plantean como símbolos abiertos (“signos en rotación”) que responden a un código a medias abierto al lector, pero que a través de combinaciones sorpresivas de elementos le plantea ambientes abstractos y sensaciones viscerales: acercamientos a vivencias que no se pueden nombrar.

El presente poema es representativo de este peculiar maridaje entre poesía visceral y poesía intelectual, y enseguida aventuramos una interpretación.

Blanca, la dama de blanco. Si el primer verso anuncia que el poema es un cuerpo, el tropel de imágenes que sigue hasta el final del poema intenta plasmar una determinada sensación, para nosotros más o menos velada, cuyo escenario es la idea o la conciencia del estar en el cuerpo.

“esto la poesía”: el poema es el cuerpo, y esto, la poesía. ¿Cuál es para ti la parte más poética del cuerpo?: ¿la cabeza?, ¿el corazón?, ¿el ombligo?, ¿más abajo?

Fatiga y soledad nos pintan un fondo de frustración. Dickinson, Emily, es la poeta que pasó media vida encerrada en su habitación de la casa de su padre. El sol recorre de extremo a extremo desiertos, de extremo a extremo el alma, mas de pronto sólo se existe si otra persona nos nombra.

Imágenes enigmáticas: el ruido sin luz que produce la tierra al girar. Imágenes que se corresponden: “invisible sal” que se convierte en “ciega arena”. ¿Cuándo fueron los ojos boca?: a veces se habla con la mirada, a veces se devora con los ojos.

Caídas y manos vacías. Estrella de verano que apareció en invierno, ya demasiado tarde. Nieve y un rostro en llamas con un “falso nombre de mujer”. ¿Acaso iba ella, la voz poética, en busca de amor, de cuerpo, de carne, y luego de un inesperado rechazo se sumergió en esa sensación de fracaso y desfallecimiento?

Al final del poema, fuentes congeladas cubiertas de nieve y un blanco abrigo de invierno sirven como preámbulo al magistral remate claroscuro.


[Gonzalo Vélez]



Dama de blanco
autora: Blanca Varela

el poema es mi cuerpo
esto la poesía
la carne fatigada
el sueño el sol
atravesando desiertos
los extremos del alma se tocan
y te recuerdo Dickinson
precioso suave fantasma
errando tiempo y distancia
en la boca del otro habitas
caes al aire eres el aire
que golpea con invisible sal
mi frente
los extremos del alma se tocan
se cierran se oye girar la tierra
ese ruido sin luz
arena ciega golpeándonos
así será ojos que fueron boca
que decía manos que se abren
y se cierran vacías
distante en tu ventana
ves al viento pasar
te ves pasar el rostro en llamas
póstuma estrella de verano
y caes hecha pájaro
hecha nieve en la fuente
en la tierra en el olvido
y vuelves con falso nombre de mujer
con tu ropa de invierno
con tu blanca ropa de
invierno
enlutado




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viernes, 10 de julio de 2009

José Watanabe: de crear y defecar

Con frecuencia irreverente, pero nunca vulgar, el poeta peruano José Watanabe (1946-2007) escribió una poesía amable, basada en la observación de circunstancias, conductas, procederes, ironías del acontecer cotidiano.

En sus poemas casi-cuentos, Watanabe suele plantear una anécdota a la que con sorpresiva habilidad sabe exprimirle la esencia poética y luego expresarla en un lenguaje llano que de pronto ilumina la situación planteada, transformándola en otra cosa justo ante los ojos del boquiabierto lector.

En este sentido, más que partir de interrelacionar palabras para a través de sus asociaciones crear poesía, el poeta Watanabe encuentra en la contemplación de la vida lo poético, y a través del poema persigue acercarse a reproducir eso con palabras.

Digamos de José Watanabe que su biografía pasa por un acontecimiento particular, y literalmente afortunado.

De padre japonés y madre andina, nació en Laredo, un paupérrimo pueblo al noroeste de Perú. Y sucedió que sus padres se ganaron la lotería. (No con él –o quién sabe–, sino la lotería lotería, la de dinero.)

La familia se mudó entonces a la ciudad de Trujillo, y años más tarde a Lima. Él quiso estudiar arquitectura; sin embargo su pulsión por la poesía fue más fuerte. Sobre todo, supongo, a partir de los 24 años, cuando obtuvo el célebre premio “Poeta Joven del Perú”.

Más tarde José Watanabe fue editor de libros juveniles, guionista de teatro y de cine; y eventualmente dirigió el canal estatal de televisión de su país.
A un tiempo vital y sencillo, falleció a causa de un cáncer de garganta, a la edad de 60.

El presente poema va de acuerdo con cierta escatología de la poesía, o con cierta poesía de la escatología, que asegura que se necesita abono para las flores (como aquí, que una plantita brota casi surrealista del montón de aquello).

Pero también tiene que ver con la manida etapa anal freudiana, según la cual de muy corta edad el individuo (pensemos que el individuo creador o el destinado a artista) por primera vez toma conciencia de que obra una obra, y cree que la obra que obra es obra de arte, aunque solamente sea un montoncito de caca.

Y de ahí en adelante no cambia nada.

Acaso el ser artístico pueda definirse simplemente como aquel con la capacidad de convencer a los demás de que las obras obradas por él/ella son obras colosales y sublimes.
Aunque sólo sean lo que son.
(¿O tú qué crees?)


[Gonzalo Vélez]



De la poesía
autor: José Watanabe

El niño entró en la sombra de su árbol de extramuros
donde dejaba diariamente sus quehaceres de intestino.
Y si otro niño en árbol vecino se acuclillaba
y se aliviaba
brotaba entre ambos
la honrosa complicidad en la depuración
del buen animal.
Esta vez, sin embargo,
una visión suspende al niño, lo fija
con estupor
bajo su árbol:
En medio de una anterior limpieza
crecía
una incipiente y trémula plantita.
Y lo estremeció la imaginación del viaje
de la pequeña menestra
a lo largo de su cuerpo, su recorrido indemne,
incontaminado
y defendiendo
en su íntimo y delicado centro
el embrión vivo.
Y en la memoria del niño,
con difícil contento,
comenzó a elevarse para siempre
la planta mínima, tu principio, tu verde banderita,
poesía.



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viernes, 3 de julio de 2009

Eliseo Diego pregunta por el poema

Definir lo indefinible, y antes que eso nombrar lo innombrable, parece cosa de locos.
Pero por eso se inventaron los poemas, esas cosas musicales.
Y con ellos, a los poetas, para que hubiera alguien que se rascara la cabeza pensando en el asunto.

El poeta cubano Eliseo Diego (1920-1994) intentó responder a cómo se le hace precisamente por medio del presente poema, que intenta explicar qué es un poema.

Antes digamos que Eliseo Diego fue feliz. Al menos así parece por su vida y obra. También por sus pocas pretensiones parece un poeta propicio para plantear el paradójico problema de qué es un poema, por lo que podríamos pensar a partir de su parca síntesis autobiográfica, célebre y elocuente:

Mi nombre es Eliseo Diego. Soy, de oficio, poeta, es decir: un pobre diablo a quien no le queda más remedio que escribir en renglones cortos que se llaman versos. Y lo hago no por vanidad o por el deseo de brillar, o qué sé yo, sino por necesidad, porque no me queda más remedio que escribir estas cosas que se llaman poemas.

“Pobre diablo” acaso, pero con una vida lúcida y definida y contenta. Por demás precoz: desde que tenía seis años decidió dedicar su existencia a la literatura. Participó en el grupo de la importante revista Orígenes. Tuvo buenos amigos entre sus colegas. Un matrimonio afortunado. Hijos hermosos. Escribió bastantes libros. Recibió reconocimientos internacionales y nacionales por su obra…

En 1994 falleció en Ciudad de México a causa de un infarto, a los pocos meses de haber recibido el Premio Juan Rulfo en la Feria Internacional del Libro de la ciudad de Guadalajara, México. Gabriel García Márquez lo consideró una de las máximas voces poéticas del siglo veinte.

Y así como su autodefinición, así la poesía de Eliseo Diego: sencilla y coloquial, profunda como las cosas más simples. Como un poema simple. Como este poema, con sus encabalgamientos y su cotidianidad informal, y de pronto la conclusión rotunda, que semeja a la conclusión rotunda e innombrable que nos espera a todos algún día.


[Gonzalo Vélez]



No es más
autor: Eliseo Diego

...por selva oscura...

Un poema no es más
que una conversación en la penumbra
del horno viejo, cuando ya
todos se han ido, y cruje
afuera el hondo bosque; un poema

no es más que unas palabras
que uno ha querido, y cambian
de sitio con el tiempo, y ya
no son más que una mancha,
una esperanza indecible;

un poema no es más
que la felicidad, que una conversación
en la penumbra, que todo
cuanto se ha ido, y ya
es silencio.




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lunes, 29 de junio de 2009

Juana Borrero: la prodigio y el metro-sexual

Vivir largo o vivir veloz: he ahí la cuestión que movía algunas mentalidades de la “juventud desenfrenada” de los años sesenta y setenta del siglo veinte (pienso típicamente en ámbitos de música rock, donde notables artistas de vida por demás intensa murieron antes de cumplir treinta años de edad).

Casi un siglo antes, sin embargo, una peculiar artista cubana los prefiguró, y su intensa vida no llegó siquiera a los diecinueve. Así fue Juana Borrero (1877-1896).

A los cinco años, la niña Juana dibujaba con una seguridad pasmosa, literalmente prodigiosa. A los siete escribía poesía, y aprendía francés, inglés e italiano.

Tuvo la fortuna de que sus padres detectaran sus talentos y los fomentaran, con la contribución del círculo de amigos artistas e intelectuales de su familia. Juana tomó clases particulares de dibujo, y con diez años de edad ingresó a la Academia de San Alejandro, en La Habana. Más tarde fue discípula y amiga del pintor cubano Armando Menocal.

Vida precoz, y vertiginosa: a los catorce se enamoró, al menos platónicamente, del poeta Julián del Casal, que le doblaba la edad. A los quince, en 1892, acompañó a su padre a Nueva York, donde conoció a José Martí. Resulta que su padre, Esteban Borrero, estaba involucrado con Martí en el asunto de planear la Independencia de Cuba.

A los dieciséis Juana publicaba ya con cierta regularidad sus poemas, que no solamente causaron cierto revuelo en la crítica literaria de su país, sino que se siguen sosteniendo todavía, creo yo que por su delicadeza y su sobriedad.

Algunos de sus sonetos, por ejemplo, son descripciones de paisajes cuyo efecto recuerda al de paisajes de pintura impresionista. Suelen ser elegantes, pero no ostentosos, a pesar de poderlos pensar en el espíritu del modernismo hispanoamericano, que era, por así decir, el espíritu de su época.

Casal había fallecido en 1893. Dos años después inició una relación por demás apasionada con el escritor Carlos Pío Uhrbach, quien sólo le llevaba cinco años. Como el padre de Juana no aprobaba la relación, mantuvieron una correspondencia secreta de intensísimas cartas de amor, sin duda apasionantes para quienes gustan de asomarse a intimidades epistolares.

Al año siguiente, por motivos políticos que nos podemos imaginar, la familia tuvo que abandonar Cuba. Los Borrero se instalaron en Cayo Hueso, Florida. Durante todo este tiempo Juana no dejó de pintar ni de escribir y publicar sus poemas en los suplementos literarios de Cuba. De pronto se muere. Quién sabe cómo. Y ya está. Ahí quedó.

A manera de epílogo, habrás de saber que Carlos Pío, enrolado en las milicias independentistas, falleció en batalla al año siguiente.

Intuyo que este poema, de aparente adoración a una estatua griega, no haya sido inspirado por Carlos Pío, sino más bien por Julián de Casal, pues podría referirse a los intentos de una mujer joven por lograr la atención de un hombre maduro que ni siquiera parece fijarse en ella.
¿O tú qué crees?

Y a más de un siglo de distancia, las circunstancias socio-históricas del mundo contemporáneo dan lugar a una peculiar lectura de este poema si lo relacionamos con ese estereotipo de masculinidad tan en boga en estos tiempos conocido como hombre metro-sexual.


[Gonzalo Vélez]



Apolo
autora: Juana Borrero

Marmóreo, altivo, refulgente y bello,
corona de su rostro la dulzura,
cayendo en torno de su frente pura
en ondulados rizos sus cabellos.

Al enlazar mis brazos a su cuello
y al estrechar su espléndida hermosura,
anhelante de dicha y de ventura
la blanca frente con mis labios sello.

Contra su pecho inmóvil, apretada
adoré su belleza indiferente,
y al quererla animar, desesperada,

llevada por mi amante desvarío,
dejé mil besos de ternura ardiente
allí apagados sobre el mármol frío.



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miércoles, 24 de junio de 2009

Dulce María Loynaz: Isla en la isla

Voz profunda y prolífica la de la poeta cubana nacida y fallecida en La Habana Dulce María Loynaz (1903-1997), que merecidamente obtuvo el Premio Cervantes de Literatura en 1992.

Poesía de rosas y mieles y de mariposas interiores, la voz de Dulce María Loynaz nunca es melosa, ni rosa, lo cual es un acierto en el difícil arte de hablar de la soledad y del amor insatisfecho.

Igualmente difícil resulta para cualquier poeta mantener durante mucho tiempo un tono poético elevado (si es que alguna vez se alcanzó), pero así lo hizo doña Dulce María, que vivió 93 años, la mayoría de ellos escribiendo con esa notable claridad y economía de lenguaje que constituyen la fuerza de su poesía.

Caso peculiar, ciertamente. Peculiar para María Mercedes Loynaz Muñoz, o sea Dulce María, fue sin duda el haber sido hija de un General del Ejército Libertador, autor asimismo de un himno nacional.

Peculiar igualmente el haber tenido un hermano poeta también, Enrique Loynaz Muñoz. Peculiar no haber ido a la escuela sino estudiado con tutores en casa, y de buenas a primeras haber obtenido a los 23 años un doctorado en derecho civil por la Universidad de La Habana.

Es decir que de ahí hasta 1961 Dulce María Loynaz vivió ejerciendo la abogacía, en el ramo de lo familiar. Pero gracias a su literatura (también fue novelista), a lo largo de su vida viajó a varios países y recibió numerosos reconocimientos y premios relevantes.

Se diría una vida plena y exitosa; y además, en el plano personal estuvo casada, por lo que se sabe felizmente. No obstante, su poesía toca de manera recurrente temas de aislamiento, de amores no correspondidos o jamás hallados, de indecisión, de indefinida espera, de alguien que no encuentra su lugar en el mundo.

Lo cual resulta, otra vez, peculiar. Sobre todo porque lo que escribe suele ser muy bello.


[Gonzalo Vélez]



Tierra cansada
(Romance pequeño)

autora: Dulce María Loynaz

La tierra se va cansando,
la rosa no huele a rosa.
La tierra se va cansando
de entibiar semillas rotas,
y el cansando de la tierra
sube en la flor que deshoja
el viento... Y allí, en el viento
se queda...

La mariposa
volará toda una tarde
para reunir una gota
de miel...

Ya no son las frutas
tan dulces como eran otras...
Las canas enjutas hacen
azúcar flojo... Y la poca
uva, vino que no alegra...
La rosa no huele a rosa.
La tierra se va cansando
de la raíz a las hojas,
la tierra se va cansando.
(Rosa, rosita de aromas...,
la de la Virgen de Mayo,
la de mi blanca corona...
¿Que viento la deshojó?)
¡Me duele el alma de sola!...

(La Virgen se quedó arriba
toda cubierta de rosas...)

¡No me esperes si me esperas,
Rosa más linda que todas!...

La tierra se va cansando...
El corazón quiere sombra...



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martes, 16 de junio de 2009

Fayad Jamís: encabalgamientos optimistas

Hay un poco del cuento aquel del vaso medio lleno y el vaso medio vacío, y también algo de la “ley” de atracción de sucesos mediante la actitud de la mente, en esta perla del poeta y pintor cubano Fayad Jamís (1930-1988).

Hijo de padre libanés y madre mexicana, Fayad nació en un sitio de nombre poético (o profético), llamado Ojocaliente, estado de Zacatecas, México. Sin embargo, cuando aún era muy niño por alguna circunstancia la familia se trasladó a Cuba, donde terminó de condimentarse la peculiar mezcla de culturas reunidas en su persona.

Fayad Jamís estudió en Sancti Spíritus, Las Villas, y más adelante en la Academia de Bellas Artes de San Alejandro; ahí se graduó en 1952. Dos años más tarde viajó a París, donde permaneció varios años, y donde André Breton, el poeta surrealista, le organizó su primera exposición individual.

En 1959 regresó a la isla. Se dedicó a enseñar pintura en Cubanacán, la escuela cubana de artes plásticas, y a participar en actividades de literatura, por ejemplo: jurado de premios y editor de suplementos culturales. Su trayectoria le llevó a ser representante del arte y la literatura de su país en el extranjero.

Dice CubaLiteraria que recorrió España, Bélgica, la Unión Soviética, la República Popular China, Hungría, Checoslovaquia y Japón. Más tarde fue consejero cultural de la embajada de Cuba en México por once años.

Pintor prolífico, pero descuidado con su obra. No nada más la artística. En París, una amante despechada destazó con un cuchillo los óleos que Fayad Jamís le dejó. Por algún extraño prurito que no habremos de indagar aquí, como pintor se negó siempre y a toda costa a vender su obra plástica.

Como suele suceder con este tipo de purismos, además de padecer estrecheces en vida, a su muerte (intestado y sin haberse casado nunca legalmente) su obra, tanto la propia como la que coleccionaba (que incluía Picassos y Guayasamines), muy probablemente se haya dispersado y perdido.

La heredera universal, empero, hubiera sido su hija francesa, Rauda, aunque los últimos años Jamís los compartió con su enfermera y enamorada, Margarita, treinta años menor que él.

Un matrimonio post-mortem con Margarita hubiera facilitado el asunto, dicen que dijeron los abogados, pero en el lío se involucraron las tías de Rauda, dos hermanas de Fayad a las que nunca veía ni les hablaba y que vivían en un pueblo de las profundidades de Cuba, y por lo menos dos de sus ex-compañeras sentimentales…

Pero lo del encabalgamiento no es por esto sino que viene a cuento por otra cosa, más técnicamente poética que prácticamente erótica.

El encabalgamiento ocurre cuando la longitud gramatical de la frase no corresponde con la longitud del verso. Es decir que el verso termina, pero lo que se está diciendo queda brevemente en suspenso, para concluir en el verso siguiente.

El efecto que produce es de cierta tensión, pero también de cierta alteración del significado de la frase al final del verso (lo cual produce determinada sensación), el cual significado se transforma (o se completa o cambia de matiz) al principio del verso siguiente, con la conclusión de la frase (lo cual modifica también la sensación primera).

Por lo general relaciono encabalgamiento con poesía rimada y medida. La poesía de Fayad Jamís, en cambio, tiende a lo discursivo, y está basada más bien en una cadencia cuidada que de algún modo se compagina con el tema de cada poema en particular.

Y el caso es que a pesar de ser más bien de carácter prosístico, en este poema sobre la positiva actitud ante la vida encontramos al menos dos bellos encabalgamientos:
entre el verso 5 y el 6, “(…) se fumó su café y acabó / de cenar (…)”;
y sobre todo entre el 11 y el 12, “(…) aquellos años en que sólo comió / lágrimas. (…)”.


[Gonzalo Vélez]



Filosofía del optimista
autor: Fayad Jamís

El optimista se sentó a la mesa, miró a su alrededor
y se sirvió un poco de lo poco que halló. Le dijeron
que había demasiado nada (en realidad había pocomucho)
pero él devoró su ración sin hacer comentarios,
abrió el periódico, se fumó su café y acabó
de cenar en paz. Pensó: tengo derecho a comer con alegría
lo pocomucho que me gano mientras llega la abundancia.
Sin embargo seguían hablando de todo lo que no hay
no hay no hay no hay. No hay esto ni lo otro.
Pero el optimista se levantó en silencio
y otra vez recordó aquellos años en que sólo comió
lágrimas. No había nadie para decirle no hay sopa o bistec
o tome un pedazo de pan duro para el perro de su hambre,
pero jamás de sus dientes salieron discursos.
Y ahora estaba satisfecho de la cena frugal. El hombre
salió a la calle y echó a andar mientras silbaba.
Las luces eléctricas le recordaron el porvenir.




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miércoles, 10 de junio de 2009

José Lezama Lima: misterio y sorpresa

Es probable que tengas que leer este poema varias veces, pero justo en ello radica su magia. Imagínatelo como si fuera una escultura abstracta, un bloque con cierto peso que cabe en tus manos y que recorres una vez y otra, acariciándolo, y frotándolo y tallándolo hasta descifrar sus formas y sugerencias.

A retruécanos palabrísticos de este calibre alguna crítica los ha ligado con la poesía de los Siglos de Oro (o sea el dieciséis y el diecisiete), y por ello los ha llamado neo-barroco.

En este sentido podemos entender barroco como similar a barroco americano de arquitectura sacra, y pensar que la construcción de las palabras y sus sentidos enigmáticos en el poema se parecen por su horror al vacío a fachadas por ejemplo de iglesias del periodo virreinal en la América Ibérica, con sus abigarramientos de formas y simbolismos semiocultos o indescifrables..

Y el exponente medular de dicho neo-barroco es justo José María Andrés Fernando Lezama Lima (1910-1976), poeta nacido y fallecido en La Habana, Cuba, y autor, por cierto, de uno de los textos más relevantes del siglo veinte en nuestra lengua: la novela Paradiso.

Tanto retorcimiento tiene un efecto doble, y contradictorio: por un lado, genera construcciones de lenguaje asombrosas, a veces sublimes; por el otro, tiende a repeler a los lectores poco afines a los laberintos, y a los que tienen honda desconfianza de la poesía.

Como nuestro interés, precisamente, es contribuir a que se revierta el proceso de alejamiento entre los lectores y la poesía, permitirásenos este breve acercamiento a manera de visita guiada, en la fe de que aprender a apreciar un poema es como aprender a apreciar el vino.

Una primera lectura es forzosa. Como verás, abundan las formas y sugerencias abstractas, y el texto, nutrido de sensaciones, tiende más a la obra abierta, a posibles lecturas distintas, que a definiciones unilaterales.

Después de gamos voladores, espejos de agua, girasoles mudos y una cúpula blanquísima, parece que la clave se encuentra en el verso final:
Un pájaro y otro ya no tiemblan.
O sea que todo lo anterior era la descripción del temblor de dos seres voladores.

Luego entonces la pregunta obligada, casi como adivinanza:
¿Cuándo dos seres voladores tiemblan y, luego de llamaradas y derretimientos y cornetas y cielos que se abren y una muerte mágica, dejan de temblar?

¡Adivina, adivinador!

Si la ropa fuera manteles, “estables y ceñidos”, un cuerpo sin ropa tendido en un lecho sería como un valle de piel con una invitante pradera oscura en precisa parte. Pradera oscura donde sin sentir llamada alguna el actor penetra “despacioso”.

Y qué seres más voladores puede haber que los amantes; y qué muerte, en fin, más mágica que la del orgasmo…


[Gonzalo Vélez]




Una oscura pradera me convida…”
autor: José Lezama Lima

Una oscura pradera me convida,
sus manteles estables y ceñidos,
giran en mí, en mi balcón se aduermen.
Dominan su extensión, su indefinida
cúpula de alabastro se recrea.
Sobre las aguas del espejo,
breve la voz en mitad de cien caminos,
mi memoria prepara su sorpresa:
gamo en el cielo, rocío, llamarada.
Sin sentir que me llaman
penetro en la pradera despacioso,
ufano en nuevo laberinto derretido.

Allí se ven, ilustres restos,
cien cabezas, cornetas, mil funciones
abren su cielo, su girasol callando.
Extraña la sorpresa en este cielo,
donde sin querer vuelven pisadas
y suenan las voces en su centro henchido.
Una oscura pradera va pasando.
Entre los dos, viento o fino papel,
el viento, herido viento de esta muerte
mágica, una y despedida.
Un pájaro y otro ya no tiemblan.



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martes, 2 de junio de 2009

Guillermo Cabrera Infante: erotismo como juego geométrico

La capacidad de jugar con las palabras y la profundidad del sentido lúdico son características que denotan cierta forma de carácter poético, y son medida para apreciar construcciones con palabras que lo primero que nos despiertan es asombro.

Existen una suerte de ejercicios de calistenia léxica que sirven a creadores literarios de este tipo para amaestrar a las palabras, igual que se amaestra a un perro, o que se doma a un oso, o que se domina un teclado, sea mecanográfico o de piano.

Estos “juegos” consisten en términos generales en establecer una regla formal fija y a partir de ahí componer algo en escritura (por ejemplo: usar sólo palabras que empiecen con una letra determinada, o que tengan una sola vocal, o formar la siguiente palabra cambiando sólo una letra de la palabra que se tiene, entre un extensísimo etcétera).

Puede suceder, en especial con jugadores de palabras destacados, que de pronto el esqueleto rígido de la regla se vea inundado de contenidos que revelan nítidamente la potencia y el brillo de esta faceta del diamante llamado poesía.

El escritor cubano nacionalizado inglés Guillermo Cabrera Infante (1929-2005) pertenece al tipo de escritores cuyo interés primordial está enfocado a encontrar en el lenguaje relaciones insospechadas de forma y contenido que dan lugar a creaciones estéticas estupendas.

Tales malabáricos léxicos, por otro lado, también están para replantearnos las consabidas preguntas sin respuesta que algunos desocupados nos hacemos, del tipo: ¿qué es lo que comunica el lenguaje?, ¿cómo comunica el lenguaje?, ¿existe identidad posible entre el lenguaje escrito y el habla comunicativa de nosotros las personas?

Las novelas de Cabrera Infante, con las cuales se le ubica como destacadísimo creador con palabras, están imbuidas de ese ánimo en el que el juego se convierte en algo serio, y esa seriedad, que a veces roza aquella zona de las experiencias innombrables, termina resolviéndose en risa.

Ese espíritu está condensado en esta breve joya.

¡Fíjate todo lo que abarca!: Desde la regla geométrica de disminuir la palabra final de cada verso, hasta la musicalidad afroantillana implícita en el ser cubano, hasta un esquema en seis versos de cómo nos relacionamos hombres y mujeres, hasta la idiosincrasia de la carne bajo el sol isleño y su calor tropical, a todas horas tan sugerente.


[Gonzalo Vélez]



Canción cubana
autor: Guillermo Cabrera Infante


¡Ay, José, así no se puede!

¡Ay, José, así no sé!

¡Ay, José, así no!

¡Ay, José, así!

¡Ay, José!

¡Ay!




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lunes, 25 de mayo de 2009

Idea Vilariño y la idea del beso

La idea del poeta –más precisamente de determinada subespecie de poeta– como un ser taciturno y amable, solitario y benevolente, autosuficiente en apariencia, con la cabeza en otro planeta y una fortaleza interna extraordinaria de la que no se percata y a la que no da importancia, corresponde de manera digamos “ideal” con la idea que podemos hacernos de la poeta de Montevideo Idea Vilariño (1920-2009).

Lo anecdótico:
Su padre era anarquista; inferimos que de ahí su nombre de pila.
Nació y murió con días de diferencia en relación con Mario Benedetti, y al igual que él se le incluye en la llamada Generación del 45 de escritores de Uruguay; a ésta perteneció también Juan Carlos Onetti, quien fue compañero sentimental de Idea Vilariño buen parte de su vida, y en quien pensó al escribir buena parte de sus poemas.

Su voz es sin duda de las destacadas de la poesía en nuestra lengua en el siglo veinte. Sin embargo, escribir poemas era para ella un acto más bien íntimo, y en su dedicación a la literatura también había otras prioridades, eventualmente más importantes que difundir su obra a gran escala:

Participó, por ejemplo, en la aventura de varias revistas literarias independientes. Destacó como traductora de Shakespeare. Fue maestra de literatura a nivel secundaria veinte años, hasta el golpe de estado en su país (1973). Tras el fin de la dictadura militar le fue otorgada la cátedra de literatura uruguaya en la Universidad de la República.

Idea Vilariño escribió poesía de puertas para adentro. En sus poemas, escribir y vivir y amar aparecen fundidos en una sola amalgama íntima que acaso nunca estuvo destinada a más ojos que a los suyos propios, o eventualmente a los de su amante.

Esta anatomía de un beso es una delicia. El poema tiene un ritmo vibrante, absorbente, similar al de un beso mismo, al grado que se vuelve casi discursivo, casi arrebato amatorio puesto en palabras, y así resulta bastante fácil pasar por alto su arquitectura.

Pero ahí está: precisos pulidos alejandrinos, o sea versos de catorce sílabas, intercalados de cuando en cuando con inhalaciones de siete sílabas. Y en esa cuidadosa disposición métrica es donde se sustenta, desde la perspectiva técnica, la intensidad de este poema; y es así, de manera inadvertida, que la lectura se hace ávida, como hecha de jadeos de rechupete.


[Gonzalo Vélez]



“Cuando una boca suave boca dormida besa...”
autora: Idea Vilariño

Cuando una boca suave boca dormida besa
como muriendo entonces,
a veces, cuando llega más allá de los labios
y los párpados caen colmados de deseo
tan silenciosamente como consiente el aire,
la piel con su sedosa tibieza pide noches
y la boca besada
en su inefable goce pide noches, también.
Ah, noches silenciosas, de oscuras lunas suaves,
noches largas, suntuosas, cruzadas de palomas,
en un aire hecho manos, amor, ternura dada,
noches como navíos...
Es entonces, en la alta pasión, cuando el que besa
sabe ah, demasiado, sin tregua, y ve que ahora
el mundo le deviene un milagro lejano,
que le abren los labios aún hondos estíos,
que su conciencia abdica,
que está por fin él mismo olvidado en el beso
y un viento apasionado le desnuda las sienes,
es entonces, al beso, que descienden los párpados,
y se estremece el aire con un dejo de vida,
y se estremece aún
lo que no es aire, el haz ardiente del cabello,
el terciopelo ahora de la voz, y, a veces,
la ilusión ya poblada de muertes en suspenso.



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martes, 19 de mayo de 2009

Mario Benedetti se nos fue

Mario Benedetti (1920-2009) será recordado sobre todo por su entusiasmo solidario. El poeta uruguayo gozó de la buena (¿buena?) estrella de ser archiconocido en vida, por lo menos archiconocido en todos los rincones del globo en los que se habla español –probando que la patria nuestra lingüística es inmensa y transnacional.

Durante medio siglo Benedetti fue convidado infaltable a las tertulias de la izquierda “decente” en todo el hispanomundo, si no en persona (lo que seguramente a él le hubiera encantado), sí en citas, o siquiera mencionado por gente “progresista” para darse aires de “culta” pero sin parecer “pequeñoburguesa”.

En lo que se refiere a poesía, lo de Benedetti definitivamente no era la factura preciosista ni la conciencia del lenguaje. Me parece que al tema erótico nunca lo supo deslindar de enfoques morales. Su visión de la política, de la revolución, de la utopía, en fin, suele pecar de banal, planteando un sencillo mundo donde sólo hay “buenos” (MB y todos sus compañeros) y “malos” (los demás).
¿Entonces?

A cambio Mario Benedetti contó siempre con un carisma incuestionable, que al final le dio, acaso, mayor presencia a él que ha su no poco copiosa obra: 36 poemarios, 18 libros de cuentos, 9 novelas, 4 obras teatrales, 16 libros de ensayos. No sé en qué medida esta simpatía esté apoyada también en la desgracia de haber padecido la dictadura militar en Uruguay, acaso la más cruenta de cuantas asolaron en general a los países hispánicos en el siglo veinte.

Cosas así marcan. Por eso Benedetti apela a la fácil indignación de quien se da cuenta por primera vez de las atrocidades que existen y se comenten en el mundo, y al sano y encomiable deseo de cambiar la(s) situación(es) (con la intención, en principio, de mejorar la existencia).

Lo cual, también en principio, supongo, está muy bien. Pero igualmente hay quienes piensan que para la poesía va antes la conciencia de las palabras que la conciencia política; que para que haya poesía (háblese de lo que se hable) tiene que haber sonoridad y brillantez en el lenguaje, plasticidad y sensorialidad en las imágenes conseguidas con palabras, y otros aspectos de naturaleza similar.

Y es que lo siento mucho. No todo lo que es sexo es erotismo. Y no toda frase escrita en tres renglones sucesivos genera tres versos de poesía.

De don Mario nos quedamos con su optimismo y su bienintencionada disposición, con su magnetismo para hacerse de tantos lectores, y con su peculiar apasionamiento, que no se pone en duda.

En lo personal, el siguiente es mi poema de Benedetti. Aunque no muy complejo en cuanto a su planteamiento (o o no, repitiendo la enumeración pero con el signo invertido), lo atesoro de épocas universitarias, cuando uno buscaba las fórmulas para cambiar las injusticias del mundo, al menos en intención. La vida era descubrimiento, y todo descubrimiento era sensible, dramático, pasional.


[Gonzalo Vélez]




No te salves
autor: Mario Benedetti

No te quedes inmóvil
al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca
no te salves
no te llenes de calma
no reserves del mundo
sólo un rincón tranquilo
no dejes caer los párpados
pesados como juicios
no te quedes sin labios
no te duermas sin sueño
no te pienses sin sangre
no te juzgues sin tiempo

pero si
pese a todo
no puedes evitarlo
y congelas el júbilo
y quieres con desgana
y te salvas ahora
y te llenas de calma
y reservas del mundo
sólo un rincón tranquilo
y dejas caer los párpados
pesados como juicios
y te secas sin labios
y te duermes sin sueño
y te piensas sin sangre
y te juzgas sin tiempo
y te quedas inmóvil
al borde del camino

y te salvas
entonces
no te quedes conmigo.



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