jueves, 30 de julio de 2009

Jorge Eduardo Eielson: el artista como orquesta

Hay espíritus que nacen al mundo con propensión a devorarlo, procesarlo, y devolvernos el menú de experiencias vitales bajo la forma de obras increíbles (obras de arte, se entiende) que nos impresionan por la intensidad con que penetran en nosotros sin que importen ni su soporte ni su lenguaje ni su vehículo.

Estos contados casos en cada siglo incluyeron sin duda en el veinte al peruano Jorge Eduardo Eielson (1924-2006), con su obra literaria y con su obra plástica.

Preguntar de dónde le viene la fuerza a Eielson sería introducirnos a un intríngulis especulativo que no conduce a ningún lado. ¿De la muerte de su padre siendo él niño? ¿De la educación encaminada al arte que su madre proporcionó a sus hijos como sin querer? ¿De lo que él llamaba “sus cuatro culturas”?

En la época en que se llevaba a cabo la conquista de la Luna, Jorge Eduardo Eielson fue quien hizo, hasta donde sé, la única propuesta netamente estética para las misiones Apolo: que los astronautas llevaran a la Luna una escultura, y que la montaran y la dejaran allá.

(Lo anterior es un indicio de los límites a los que su creatividad aspiraba.)

Como la Nasa no le hizo caso, antes de morir dispuso que a la primera oportunidad sus cenizas fueran llevadas a la Luna y dispersadas ahí, para un postrero performance post-mortem.

Y por ahí está la urna, esperando al próximo transbordador espacial que haga parada en el satélite que solía ser de queso.

De niño Jorge Eduardo Eielson tocaba el piano, recitaba poemas de autores que le atraían, pasaba horas dibujando. Luego en la escuela fue alumno del novelista José María Arguedas: a través de esta amistad nuestro poeta conoció de muy joven a los creadores artísticos de Lima.

A los 21 años obtuvo el Premio Nacional de Poesía, y un año después el de Teatro. Pero al mismo tiempo estaba preparando una serie de pintura, que expuso en 1948 en una galería: óleos, acuarelas, dibujos, objetos.

Ese año obtuvo una beca del gobierno francés para viajar a París. Ahí se relacionó activamente con el grupo de pintores abstraccionistas de la posguerra. Otra beca le permitió visitar Suiza, y de ahí, en 1951, pasó a Italia, donde encontró su hogar, su lugar vital. A partir de entonces, sólo eventualmente salió de Roma.

Entonces éstas eran sus cuatro raíces: sueca, pues su abuelo había emigrado de Escandinavia; “nazca”, por la herencia peruana de su madre; española, por la lengua y la cultura; e italiana, porque de ahí le gustó ser.

Entre performances, instalaciones con nudos y un par de novelas, además de su obra poética reunida en el libro Poesía escrita, la clave de esta proteica labor creativa la proporcionó el propio Eielson:

...tal vez mi aparente quehacer múltiple no es más que uno solo: la paciente obra de alguien que emplea diversos códigos lingüísticos (plásticos, sonoros, verbales) para urdir una especie de red, siempre más estrecha, a fin de aferrar la evanescente realidad última...

(Te remito al estupendo ensayo que el poeta Jorge Fernández Granados escribió a la muerte de Eielson.)

Una muestra de esta mezcla de preocupaciones cósmicas y lingüísticas de Jorge Eduardo Eielson la tenemos en este “Cuerpo dividido”.

Cuenta nada más cuántas dicotomías encuentras tú en tu persona: razón y pasión, albedrío e instinto, placer y dolor, compañía y soledad, eternidad y finitud, luz y sombra...

Casi siempre todo esto ocurre entremezclado y simultáneo dentro de nosotros, hagamos lo que hagamos, percatándonos o no. Pero casi siempre nuestra ilusión ilusa (valga) nos lleva a creer saber qué es lo que nos está ocurriendo por dentro a cada momento; como si en realidad nos fuera posible cabalmente nombrarlo, definirlo, apresarlo.

Y en realidad no. Simplemente sucede.
(¿Estás de acuerdo?)


[Gonzalo Vélez]



Cuerpo dividido
autor: Jorge Eduardo Eielson

Si la mitad de mi cuerpo sonríe
La otra mitad se llena de tristeza
Y misteriosas escamas de pescado
Suceden a mis cabellos. Sonrío y lloro
Sin saber si son mis brazos
O mis piernas las que lloran o sonríen
Sin saber si es mi cabeza
Mi corazón o mi glande
El que decide mi sonrisa
O mi tristeza. Azul como los peces
Me muevo en aguas turbias o brillantes
Sin preguntarme por qué
Simplemente sollozo
Mientras sonrío y sonrío
Mientras sollozo




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sábado, 25 de julio de 2009

Sebastián Salazar Bondy y el exilo espiritual

Un poeta que sea a la vez su propio editor suena plausible, sobre todo con tecnologías digitales a la mano; pero imagina una instancia previa a la tv en la que sólo había máquinas de escribir, y que ese poeta fuera prácticamente toda la crítica literaria, pero también él mismo prácticamente todos los lectores de su país.

No muy lejos de ese extremo hiperbólico se encuentra Sebastián Salazar Bondy (1924-1965), el poeta de Lima.

Refiere su compatriota Mario Vargas Llosa en el sentido ensayo que le dedicó como homenaje póstumo, que cuando Salazar Bondy fue velado, el sitio se llenó de flores y su ciudad entera lo lloró.

Muestra de la simpatía y la generosidad del poeta, pero sobre todo del asombro admirado de los limeños ante un artista que vivió a contracorriente, consagrándose a “imponer la literatura al Perú”.

Inquieto, insatisfecho, creador desbordado en un medio impermeable a la alta cultura, Sebastián se percibía como “triste poeta de la clase media”. Estudió Letras pero nunca se graduó, trabajó en la Biblioteca Nacional pero nunca quiso ser bibliotecólogo, su participación en política lo dejó frustrado.

Él quería ser escritor, pero no encontró cómo sobrevivir en su país a partir de su oficio. Buscando eso, buscándose, partió a Buenos Aires en un exilio voluntario, que le duró cinco años.

No le importó al principio vender navajas de afeitar en la calle para ganarse el pan. Porque al poco tiempo estaba publicando textos en el suplemento cultural del diario La Nación y había entrado a formar parte del grupo de colaboradores de la prestigiosa revista literaria Sur.

En 1952, Salazar Bondy se dejó coquetear por el teatro, y se incorporó eventualmente a una compañía como asesor literario. La seducción o el entusiasmo fue tal, que persiguió y obtuvo una beca para estudiar cursos de dirección de teatro. en el Conservatorio de Arte Dramático de París.

¿Qué le pasó a Sebastián Salazar Bondy?

Pudo haber permanecido en Francia, volverse él mismo peruano-francés, igual que los grandes poetas de su país Moro y Vallejo. Pudo haber regresado a Buenos Aires, ciudad por demás literaria, donde ya se había hecho de un espacio y de un nombre.

Pudo, en fin, haber explorado otros nuevos horizontes cuyas puertas su amplia cultura, su talento literario y su espíritu ferviente le hubieran abierto con facilidad en cualquier urbe del mundo.

Pero decidió regresar a Lima.

Regresó a volver a inventar el teatro en su país, a sembrar todas las facetas del arte dramático, que él cual hombre-orquesta encarnó: autor, editor de sus propias obras, columnista de teatro, profesor y director teatral.

Pero con similar ímpetu promovió las artes plásticas y la crítica literaria y la formación de gente de teatro y continuó escribiendo poesía, y de ese modo Sebastián Salazar Bondy se convirtió en una referencia indispensable de la vida cultural en el Perú de su época.

Su entusiasmo, empero, era tan intenso como su frustración ante una labor que a él ciertamente le parecía infructuosa. Tanto su tristeza como su sereno desencanto los plasmó en un ensayo medular para comprender su entorno: Lima la horrible.

Y con ese mismo furor falleció, ignoro de qué pero sorpresivamente, a los 40 años de edad.

Este poema (de Confidencia en alta voz, 1960) se refiere esencialmente, creo, a que el arte no tiene ningún sentido si no persigue vincularse con su raíz o su alma cultural. Recurre a versos blancos muy pulcros, y a una cadencia discursiva que acentúa el efecto confesional.

Y al mismo tiempo, luego de conocer los avatares de la biografía de Sebastián Salazar Bondy, se trata, al menos desde nuestra perspectiva, de un autorretrato estupendo, un tanto desolador, de su vida entregada y generosa.


[Gonzalo Vélez]



El poeta conoce la poesía
autor: Sebastián Salazar Bondy

Permítanme decir que la poesía
es una habitación a oscuras, y permítanme también
que confiese que dentro de ella nos sentimos muy solos,
nos palpamos el cuerpo y lo herimos,
nos quitamos el sombrero y somos estatuas,
nos arrojamos contra las paredes y no las hallamos,
pisamos en agua infinita y aspiramos el olor de la sangre
como si la flor de la vida exhalara en esa soledad
toda su plenitud sin fracasos.

Permítanme, al mismo tiempo, que pregunte
si un peruano, si un fugitivo de la memoria del hombre,
puede sentarse allí como un señor en su jardín,
tomar el té y dar los buenos días a la alegría.
Qué equivocados estamos, entonces, qué pálida
es la idea que tenemos de algo tan ardiente y doloroso.
Porque, para ser justos, es necesario que envolvamos nuestra ropa,
demos fuego a nuestras bibliotecas,
arrojemos al mar las máquinas felices que resuenan todo el día,
y vayamos al corazón de esa tumba
para sacar de ahí un polvo de siglos que está olvidado todavía.

No sé si esto será bueno, pero permítanme que diga
que de otro modo la poesía está resultando un poco tonta.




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viernes, 17 de julio de 2009

Blanca Varela, dama de blanco

Entre las voces más vigorosas de la poesía en español cabe sin duda la de Blanca Varela (1926-2009). La poeta peruana, que obtuvo reconocimientos importantes sobre todo en los últimos años de su vida (Premio Octavio Paz de Poesía y Ensayo 2001, Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2007), desarrolló una elaborada poesía enigmática, basada sobre todo en la fuerza de sus imágenes y en la manera de irlas tejiendo.

Tengo para mí que su poesía fue la nave que la condujo por la vida. Después de estudiar Literatura, a los 23 años viajó a Francia y se estableció en París. Ahí conoció a Octavio Paz, quien le abrió la puerta al mundo intelectual parisino.

Si bien la influencia del poeta mexicano acaso pueda ser palpable en el conjunto de su obra, tal vez algún lector de visión plástica pueda asociar también las atmósferas de sus poemas con las de los cuadros de su esposo, el pintor Fernando de Szyszlo, en esa peculiar convivencia de abstracción y figuración.

Luego de París, Blanca Varela vivió en Florencia y en Washington. Su primer libro, Ese puerto existe, lo publicó en 1959, a los 33 años. En 1962 regresó a Perú, y se estableció permanentemente en Lima.

En la poesía de Blanca Varela, las imágenes se plantean como símbolos abiertos (“signos en rotación”) que responden a un código a medias abierto al lector, pero que a través de combinaciones sorpresivas de elementos le plantea ambientes abstractos y sensaciones viscerales: acercamientos a vivencias que no se pueden nombrar.

El presente poema es representativo de este peculiar maridaje entre poesía visceral y poesía intelectual, y enseguida aventuramos una interpretación.

Blanca, la dama de blanco. Si el primer verso anuncia que el poema es un cuerpo, el tropel de imágenes que sigue hasta el final del poema intenta plasmar una determinada sensación, para nosotros más o menos velada, cuyo escenario es la idea o la conciencia del estar en el cuerpo.

“esto la poesía”: el poema es el cuerpo, y esto, la poesía. ¿Cuál es para ti la parte más poética del cuerpo?: ¿la cabeza?, ¿el corazón?, ¿el ombligo?, ¿más abajo?

Fatiga y soledad nos pintan un fondo de frustración. Dickinson, Emily, es la poeta que pasó media vida encerrada en su habitación de la casa de su padre. El sol recorre de extremo a extremo desiertos, de extremo a extremo el alma, mas de pronto sólo se existe si otra persona nos nombra.

Imágenes enigmáticas: el ruido sin luz que produce la tierra al girar. Imágenes que se corresponden: “invisible sal” que se convierte en “ciega arena”. ¿Cuándo fueron los ojos boca?: a veces se habla con la mirada, a veces se devora con los ojos.

Caídas y manos vacías. Estrella de verano que apareció en invierno, ya demasiado tarde. Nieve y un rostro en llamas con un “falso nombre de mujer”. ¿Acaso iba ella, la voz poética, en busca de amor, de cuerpo, de carne, y luego de un inesperado rechazo se sumergió en esa sensación de fracaso y desfallecimiento?

Al final del poema, fuentes congeladas cubiertas de nieve y un blanco abrigo de invierno sirven como preámbulo al magistral remate claroscuro.


[Gonzalo Vélez]



Dama de blanco
autora: Blanca Varela

el poema es mi cuerpo
esto la poesía
la carne fatigada
el sueño el sol
atravesando desiertos
los extremos del alma se tocan
y te recuerdo Dickinson
precioso suave fantasma
errando tiempo y distancia
en la boca del otro habitas
caes al aire eres el aire
que golpea con invisible sal
mi frente
los extremos del alma se tocan
se cierran se oye girar la tierra
ese ruido sin luz
arena ciega golpeándonos
así será ojos que fueron boca
que decía manos que se abren
y se cierran vacías
distante en tu ventana
ves al viento pasar
te ves pasar el rostro en llamas
póstuma estrella de verano
y caes hecha pájaro
hecha nieve en la fuente
en la tierra en el olvido
y vuelves con falso nombre de mujer
con tu ropa de invierno
con tu blanca ropa de
invierno
enlutado




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viernes, 10 de julio de 2009

José Watanabe: de crear y defecar

Con frecuencia irreverente, pero nunca vulgar, el poeta peruano José Watanabe (1946-2007) escribió una poesía amable, basada en la observación de circunstancias, conductas, procederes, ironías del acontecer cotidiano.

En sus poemas casi-cuentos, Watanabe suele plantear una anécdota a la que con sorpresiva habilidad sabe exprimirle la esencia poética y luego expresarla en un lenguaje llano que de pronto ilumina la situación planteada, transformándola en otra cosa justo ante los ojos del boquiabierto lector.

En este sentido, más que partir de interrelacionar palabras para a través de sus asociaciones crear poesía, el poeta Watanabe encuentra en la contemplación de la vida lo poético, y a través del poema persigue acercarse a reproducir eso con palabras.

Digamos de José Watanabe que su biografía pasa por un acontecimiento particular, y literalmente afortunado.

De padre japonés y madre andina, nació en Laredo, un paupérrimo pueblo al noroeste de Perú. Y sucedió que sus padres se ganaron la lotería. (No con él –o quién sabe–, sino la lotería lotería, la de dinero.)

La familia se mudó entonces a la ciudad de Trujillo, y años más tarde a Lima. Él quiso estudiar arquitectura; sin embargo su pulsión por la poesía fue más fuerte. Sobre todo, supongo, a partir de los 24 años, cuando obtuvo el célebre premio “Poeta Joven del Perú”.

Más tarde José Watanabe fue editor de libros juveniles, guionista de teatro y de cine; y eventualmente dirigió el canal estatal de televisión de su país.
A un tiempo vital y sencillo, falleció a causa de un cáncer de garganta, a la edad de 60.

El presente poema va de acuerdo con cierta escatología de la poesía, o con cierta poesía de la escatología, que asegura que se necesita abono para las flores (como aquí, que una plantita brota casi surrealista del montón de aquello).

Pero también tiene que ver con la manida etapa anal freudiana, según la cual de muy corta edad el individuo (pensemos que el individuo creador o el destinado a artista) por primera vez toma conciencia de que obra una obra, y cree que la obra que obra es obra de arte, aunque solamente sea un montoncito de caca.

Y de ahí en adelante no cambia nada.

Acaso el ser artístico pueda definirse simplemente como aquel con la capacidad de convencer a los demás de que las obras obradas por él/ella son obras colosales y sublimes.
Aunque sólo sean lo que son.
(¿O tú qué crees?)


[Gonzalo Vélez]



De la poesía
autor: José Watanabe

El niño entró en la sombra de su árbol de extramuros
donde dejaba diariamente sus quehaceres de intestino.
Y si otro niño en árbol vecino se acuclillaba
y se aliviaba
brotaba entre ambos
la honrosa complicidad en la depuración
del buen animal.
Esta vez, sin embargo,
una visión suspende al niño, lo fija
con estupor
bajo su árbol:
En medio de una anterior limpieza
crecía
una incipiente y trémula plantita.
Y lo estremeció la imaginación del viaje
de la pequeña menestra
a lo largo de su cuerpo, su recorrido indemne,
incontaminado
y defendiendo
en su íntimo y delicado centro
el embrión vivo.
Y en la memoria del niño,
con difícil contento,
comenzó a elevarse para siempre
la planta mínima, tu principio, tu verde banderita,
poesía.



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viernes, 3 de julio de 2009

Eliseo Diego pregunta por el poema

Definir lo indefinible, y antes que eso nombrar lo innombrable, parece cosa de locos.
Pero por eso se inventaron los poemas, esas cosas musicales.
Y con ellos, a los poetas, para que hubiera alguien que se rascara la cabeza pensando en el asunto.

El poeta cubano Eliseo Diego (1920-1994) intentó responder a cómo se le hace precisamente por medio del presente poema, que intenta explicar qué es un poema.

Antes digamos que Eliseo Diego fue feliz. Al menos así parece por su vida y obra. También por sus pocas pretensiones parece un poeta propicio para plantear el paradójico problema de qué es un poema, por lo que podríamos pensar a partir de su parca síntesis autobiográfica, célebre y elocuente:

Mi nombre es Eliseo Diego. Soy, de oficio, poeta, es decir: un pobre diablo a quien no le queda más remedio que escribir en renglones cortos que se llaman versos. Y lo hago no por vanidad o por el deseo de brillar, o qué sé yo, sino por necesidad, porque no me queda más remedio que escribir estas cosas que se llaman poemas.

“Pobre diablo” acaso, pero con una vida lúcida y definida y contenta. Por demás precoz: desde que tenía seis años decidió dedicar su existencia a la literatura. Participó en el grupo de la importante revista Orígenes. Tuvo buenos amigos entre sus colegas. Un matrimonio afortunado. Hijos hermosos. Escribió bastantes libros. Recibió reconocimientos internacionales y nacionales por su obra…

En 1994 falleció en Ciudad de México a causa de un infarto, a los pocos meses de haber recibido el Premio Juan Rulfo en la Feria Internacional del Libro de la ciudad de Guadalajara, México. Gabriel García Márquez lo consideró una de las máximas voces poéticas del siglo veinte.

Y así como su autodefinición, así la poesía de Eliseo Diego: sencilla y coloquial, profunda como las cosas más simples. Como un poema simple. Como este poema, con sus encabalgamientos y su cotidianidad informal, y de pronto la conclusión rotunda, que semeja a la conclusión rotunda e innombrable que nos espera a todos algún día.


[Gonzalo Vélez]



No es más
autor: Eliseo Diego

...por selva oscura...

Un poema no es más
que una conversación en la penumbra
del horno viejo, cuando ya
todos se han ido, y cruje
afuera el hondo bosque; un poema

no es más que unas palabras
que uno ha querido, y cambian
de sitio con el tiempo, y ya
no son más que una mancha,
una esperanza indecible;

un poema no es más
que la felicidad, que una conversación
en la penumbra, que todo
cuanto se ha ido, y ya
es silencio.




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